Igual que un feto parece atravesar aceleradamente en nueve meses toda la duración de la vida sobre la tierra, desde los primeros organismos unicelulares hasta el Homo sapiens, hacia los siete u ocho años un niño está completando el tránsito desde las culturas orales, el pensamiento mágico y los mitos, hasta la máxima sofisticación del razonamiento abstracto y la lectura.
Hace menos de cinco mil años que empezaron a escribirse historias inventadas. Pero antes de la escritura se extiende un continente, un planeta ignorado de narraciones orales que se urdieron y se contaron a lo largo de al menos cuarenta mil años, quizás desde el tiempo de las primeras representaciones artísticas. Un niño de tres o cuatro años vive en ese mundo, que es el de los cuentos y el de los mitos, el de las primeras tentativas de explicación natural de los fenómenos visibles, y también el de los juegos, en los que aprende precozmente los mecanismos sutiles de la ficción.
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7 Comments
Ha sido un placer, una vez más, leer un artículo con el que se aprende y se disfruta al mismo tiempo.
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Como maestro de primaria me parece que debería ser leído por todos aquellos que nos dedicamos a la docencia, por todos los que trabajamos día a día con esas “personitas” que andan en ese “tránsito desde las culturas orales, el pensamiento mágico y los mitos, hasta la máxima sofisticación del razonamiento abstracto y la lectura.” Por todos los que jugamos cada día con ese concepto que desconocía, esa “suspensión voluntaria de la incredulidad”, que nos sirve para enseñar y educar en un mundo que va de la realidad a la imaginación y viceversa. ¡Cuántas veces a lo largo de la jornada lectiva hay que abandonar las creencias para que esos alumnos de ocho o nueve años sean capaces de caminar entre la fantasía de su propio mundo y la realidad de los demás!
NicolásCitar Responder
No sé hasta qué punto es consciente esa suspensión voluntaria de la incredulidad. O mejor, en qué momento deja de ser voluntaria. El lector normal, el auténtico lector, a veces se encuentra tan inmerso en el mundo de ficción que esa historia que lee es más real que la realidad tangible que lo rodea. Y no hace falta apelar a una supuesta “regla de ficción” o Regla F, como hacen algunos teóricos de la literatura, para que los participantes en el proceso de la comunicación literaria dejen en suspenso los criterios de verdad o mentira.
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Magnífico artículo de Antoniomm.
FGMorillaCitar Responder
Y con estos saltos del blogamm, vuelvo a enlazar el comienzo de las memorias de Caballero Bonald que le recomendé a Diego Ariza, por si se le ha pasado:
http://www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/novela_memoria_0731.pdf
FGMorillaCitar Responder
Un niño perteneciente a nuestros antepasados se encuentra en una cueva con su familia. Han tapado la entrada para protegerse pero un punto de luz se cuela por un agujero minúsculo. Es el sol que penetra en la cámara oscura y asombra a todos al representar una escena del exterior. Es un gran mamífero pastando en las inmediaciones. El niño coge un trozo de madera quemada y va trazando una línea por el contorno del animal, que coincide con el saliente de las rocas de la pared. Así, cuando termina, asisten maravillados a la visión de la primera obra de arte. A partir de ahí ya todo es posible; recordando se pueden contar todo tipo de historias que permanecerán.
Es una escena de la continuación de la serie COSMOS, de 2014, secuela de la esplendorosa serie que hiciera Carl Sagan en los ochenta. Creo que ésta, debido al paso del tiempo y a los avances técnicos, es mejor, o al menos más espectacular.
En este enlace podéis verla entera junto con otras cosas interesantes. Decía ayer en una conferencia, Miguel Zugaza, director del Museo del Prado, que la contemplación de una obra de arte tiene que producir el mismo efecto que un golpe en el estómago. Ver esta serie con atención no produce eso pero sí una intensa sensación de vértigo y enormidad ante los secretos del universo: tanto en lo descomunal como lo infinitesimal.
http://www.seriales.us/serie/cosmos-a-spacetime-odyssey.html
HermiCitar Responder
FGMorilla,
Recuerdo una anécdota que cuenta Caballero Bonald en ese libro. Es la historia de familiares suyos a los que él llama “los acostados”. En algún momento de sus vidas se acostaban y no volvían a levantarse, sin ningún motivo de salud; sólo por una “especie de atracción endémica por la cama”.
Muy recomendable también la conferencia que dio hace unos meses en la fundación Juan March.
HermiCitar Responder
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Qué bonito artículo y qué oportuno para esta tarde triste y lluviosa.
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Yo también pertenezco a esa generación de niñas que hacía los deberes en la mesa camilla mientras la abuela le daba a la aguja y escuchaba la novela. Cuando terminaba llegaba la merienda, normalmente pan con aceite y azúcar o chocolate, y las historias familiares que yo voy transmitiendo a mis sobrinos. Soy cuentista por herencia y vocación y me sigue pareciendo mágica la frase “Érase una vez…”.
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Qué suerte haber tenido un abuelo que te describiera cada 6 de enero cuál de los tres Reyes Magos había venido esa vez y como iba vestido; que te asegurara que aquí nunca habría una guerra como la de Biafra y que las madres sólo morían en las películas. Y una sobrina que creyera firmemente que las brujas no existen pero las hadas sí, o que la madre de Bambi moriba pero de mentira porque luego revivía :-)
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CarmelaCitar Responder
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“Segregar historias”, dice Antoniomm.
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Segregar historias como segrega el gusano el hilo de seda con el que teje su capullo milagroso… Tuve la suerte que ese capullo infantil (es una metáfora, no una persona) fuera el cobijo de las mantas de mi tío Pepe, marsupio cálido y textil donde escuché por su boca las historias más maravillosas.
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:-)
SapCitar Responder